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Número 118 - Marzo de 2008 English language Menú pfrincipal


Moricas altoaragonesas

Leyendas
en el altoaragón

      En la selva de Oza habitaba una mora que había logrado reunir, con ciertas artes, una gran cantidad de cálices, cruces y demás objetos de culto. Un pastor de los contornos encontró un día, perdido en el monte, uno de aquellos cálices. Fiel cristiano, se apresuró a llevarlo a Siresa, pero pronto advirtió que era perseguido por la mora. Corriendo cuanto podía, llegó al monasterio de San Pedro sabiendo que allí encontraría seguro refugio, ya que, por ser recinto sagrado, estaría libre de su perseguidora. La mora, enfurecida, se convirtió en serpiente, y dando suelta a su ira dio un fenomenal coletazo en uno de los bancos de la entrada, en el que quedó grabada la huella de su cola.
      El Forato de la Mora, de Aquilué, una cavidad en el hoy barranco de la Virgen de los Ríos, conserva el recuerdo de una mora misteriosa que solamente salía de su cobijo para peinar a una señora principal del pueblo. Era su trabajo de tal perfección, que era recompensada con pepitas de oro.
      De peinadora es también la historia de la reina mora de Rasal. En las cuevas que han tomado su nombre, vivían, en acomodos contiguos, un moro y una mora unidos sentimentalmente. Una anciana de Rasal acudía todos los días hasta allí para peinar los hermosos cabellos de la mora, pese a que nunca percibía gratificación alguna por su tarea. Hasta que un día, en pago a su maravilloso trabajo, aquella reina de las cuevas le obsequió con un gran rebaño de vacas, que apareció a sus espaldas. Su generosa donante le advirtió que no mirase hacia atrás hasta que la última vaca de la manada hubiese entrado en su corral, pues de hacerlo así, el rebaño se dispersaría y desaparecería por el monte.
      La anciana, con gran excitación, y acompañada por el estruendoso concierto de mugidos y esquilas a sus espaldas, siguió el consejo, y así llegó hasta el establo. Abrió la puerta y empezaron a entrar las vacas, cuyo número parecía no menguar nunca. De tal modo, que la vieja peinadora, asombrada de la cantidad de reses que entraban en el corral, olvidando la advertencia de la mora, volvió la cabeza en un irresistible impulso de curiosidad, y en ese mismo momento tanto las vacas que faltaban por entrar, como las ya encerradas, se dispersaron y desaparecieron tal como predijo su donante. Cuando pudo cerrar la puerta del establo, sólo quedaron allí cuatro animales. Los hechos ocurrieron en Casa Petrico de Rasal.
      El Ibón de Plan también es conocido como Basa de la Mora, y sobre sus cristalinas aguas, los limpios de corazón, pueden ver, en la mañana del día de San Juan, el espíritu transfigurado de una hermosa agarena que se desliza y baila sin cesar por la azul superficie del impresionante lago o ibón.

     Dicha mora, va toda ella va vestida con el más fascinante de los atavíos: serpientes de los más variados colores que enroscan su cuello, brazos, piernas, pies y manos, y que, con los movimientos de la danza, refulgen al sol con los mil brillos de la más preciosa pedrería. Dicen que es el alma de una princesa mora que un día, huyendo de uno de tantos lances entre moros y cristianos de aquellos lejanos tiempos, se perdió por los picos de Gistau, y vaga, desde entonces, por aquellas cumbres y bosques. Sólo en las horas mágicas de la mañana de San Juan se hace visible su ánima errabunda, allí, sobre las aguas del ibón, de la basa o balsa, donde los limpios de corazón, las miradas puras, pueden contemplar su fantástico baile. La tradición recomienda para alcanzar esa pureza visionaria lavarse la cara en las frías y cristalinas aguas de la basa.
      Más historias altoaragonesas hablan de moras encantadas: la reina mora de Alquézar, que tras la toma de la población por los cristianos, fue capturada y mantenida presa en una cueva (Cueva de la mora); la prisionera reina mora de las Cuevas de la Reina, de Santa Eulalia la Mayor, en la zona de Vadiello, ahora sumergidas bajo las aguas del pantano; la invisible mora de Sena, que tendía en un tozal la ropa que lavaba; la reina mora de Belarra, y sus damas -que otros convirtieron en una reina bruja y sus compañeras-, que han hecho leyenda su lugar de asiento (a Silla de la mora), moras y moricas que dejaron su imborrable recuerdo en grutas, fuentes, lagos y picos.

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      Como las cuevas de Chaves y Solencio, de Bastarás, que fueron durante largos años vivienda de una mora encantada. Allí acudían los pastores del contorno a depositar cada día un pan y una alcuza de agua. Era un tributo que exigía la mora. El pan desaparecía y la alcuza diariamente se vaciaba. La noche de San Juan se mostraba la encantada habitante, y si algún joven e inexperto pastor se descuidaba y rondaba por las cercanías, la mora lo fascinaba con su belleza y lo introducía en su escondrijo donde dicen que se desposaban. Al año justo, el pastor moría.

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J. Dominguez Lasierra  Manuel Tomé * Aragón Legendario, de J. Domínguez Lasierra
* Manuel Tomé Bosqued


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