Guatizalema;
un rio con leyenda
El río Guatizalema (del árabe Guadix alam, río tranquilo), es un río que nace en la ladera norte
de la estribación occidental de la sierra de Aineto, provincia de Huesca, a 1.370 metros de altitud,
en el valle de Nocito, y que transcurre embarrancado hasta La Almunia del Romeral, la sierra de
La Gabardiella y la Hoya de Huesca, pasando por el pantano de Vadiello, para desembocar en el río
Alcanadre. Tiene un régimen de aguas irregulares.
Antes de su conquista por las tropas del rey Sancho Ramírez, en 1096, el castillo de
Argavieso lo gobierna el capitán moro Abenheya. Su esposa había muerto a manos de los cristianos,
por los que siente un odio despiadado. El fruto de su matrimonio es una hermosa hija llamada
Zalema, de dulce y tierno carácter, que contrasta con la ruda naturaleza del padre.
La joven queda huérfana siendo niña. Vive solitaria, entre las esclavas, sin recibir instrucción
alguna y desatendida por su padre, que además prohíbe toda comunicación a Zalema y
únicamente puede relacionarse con la familia de un amigo, el gobernador del castillo de Novales.
Éste posee dos hijos y dos encantadoras e instruidas hijas, Zelmira y Fátima, educadas por su madre.
Zelmira y Fátima pasean habitualmente con su madre hasta una fuente llamada de las Canales,
situada entre Novales y Argavieso. A este lugar también acude Zalema y junto con sus amigas
comparten las noticias y chismes de la vida cotidiana de sus respectivos castillos y de los pueblos
inmediatos.
Cierta tarde, Zalema escucha embelesada los
pormenores de un torneo celebrado en Monzón, que presenciaron las
dos hermanas, acompañadas de su madre. Entre todos los participantes
sobresalió un cristiano, que atrajo la atención de los concurrentes
por sus modales corteses y su habilidad en los juegos. ¿Y el cristiano
a quién entregó su galardón? –pregunta Zalema con enorme curiosidad-.
Aunque es costumbre regalar la joya a alguna de las presentes, como
recompensa por asistir a la fiesta, el cristiano no lo ofreció la
a ninguna dama y, con una dulzura poco común, la besó y la ocultó
en su pecho –sigue narrando Zelmira ante la solícita mirada de la
bella Zalema-. ¿Y quién era ese cristiano? -inquiere Zalema con el
deseo de conocer el origen de tan valiente caballero-.
Desde entonces, los reyes de Aragón lo asumieron como santo de referencia, siguiendo la tradición que se iba extendiendo en aquella época en otros lugares de la mano de los cruzados.
El cristiano es vecino de Siétamo, y se llamaba Guati. Administra un buen patrimonio heredado de
su padre. Su madre, viuda, vive en las montañas, con los cristianos, a causa de su salud, y su hijo
la visita asiduamente para comprobar que esté bien atendida –responde presta Zelmira para satisfacer
la inquietud de su amiga-.
  Las palabras de Zelmira causan la admiración y el aprecio de Zalema hacia el cristiano.
Pasados dos días, Zalema se halla por la mañana realizando sus labores
junto a la reja del camino que conduce a Huesca. Al momento ve acercarse un caballero bien puesto,
que al pasar por delante la saluda con galantería. Zalema le contesta agradecida y observa como el
caballero continúa mirando a la reja después de haber pasado. Después se enterará de que es el
cristiano Guati y de que su madre ha muerto.
  Ante la imposibilidad de presentarse ante
él en presencia de su padre, Zalema le escribe una nota para consolarle
y se la hace llegar por una esclava cristiana, llamada María. “Tu
Dios te consuele, caballero cristiano…”, escribe Zalema, exponiéndole
que ella también ha perdido a su madre, y añade:
  “No te aflijas demasiado, porque
yo he oído que el Cielo envía el remedio que necesitan los mortales,
y aún más a vosotros los cristianos, según me ha dicho mi esclava
la cristiana. Además, tu aflicción me aflige a mí y por aliviarte
obraré conforme a los deseos de mi corazón”. Guati, al salir
del castillo, saca del bolsillo el papel, lo besa tres veces
y, otras tantas, lo lleva al corazón levantando sus ojos al
Cielo. Esa misma tarde Zalema acude a la fuente de las Canales
para contar a sus amigas lo sucedido.
No pasan muchos días sin que la carta tenga su respuesta con humildes palabras de agradecimiento.
Y la correspondiente réplica de Zalema. Uno y otro muestran en sus misivas sentimientos que surgen
del corazón. Pocos días más tarde ambos coinciden en el castillo de Novales y, aunque en ningún momento pueden
hablar sin testigos, la llama del amor prende en sus corazones.
|
El intercambio de cartas es continuo. Con una de ellas Guati
envía a Zalema la presea, consistente en unos lazos, que había
ganado en el torneo de Monzón. Los había guardado para su adorada
y fallecida madre. El caballero de Siétamo muestra así el amor
que siente por la dama mora de Argavieso.
Zalema vive en un incesante sueño
de amor. En su pensamiento siempre aparece su caballero. Por
las tardes sigue reuniéndose con sus amigas de Novales y cuando
llega antes se baja al río y en las cortezas de los árboles
escribe el nombre de Guati. Mientras, su padre se apodera de
la correspondencia con Guati y se entera de la pasión que invade
a los amantes y ordena asesinar a la esclava que les trae la
correspondencia.
La salud de Zelmira se resiente,
muy afectada por la muerte de su mejor esclava y por la crueldad
de su padre; por la comarca la noticia se extiende y muchos
se declaran partidarios de los amantes .
Las jóvenes, enteradas de las
inscripciones en los árboles del río, acuden a este lugar con
cestillos de flores para adornar sus nombres. Ya no dicen vamos
al río, sino que se extiende la expresión “vamos a Guati y Zalema”.
(El dicho evolucionaría a “irse con Guati y Zalema” para decir
a uno que ya se había enamorado. El topónimo, que señalaba una
parte del río, con el paso del tiempo daría nombre al río Guatizalema).
Guati y los amigos más allegados
de Zalema intentan por todos los medios salvar su vida. Ni los
ruegos y lágrimas de Zelmira, ni la petición de Guati por carta
hacen ceder a la resignada Zalema para que renuncie a su amor,
poniéndose en manos del destino. Yo no puedo mentir ni faltar
a la verdad –dice Zalema–. Mi padre y el mundo verán que respeto
la religión en el hecho de no mentir. Guati morirá conmigo.
Después de muertos nos uniremos. Ni los últimos delirios de
la moribunda Zalema reblandecen el inflexible corazón de su
padre. Antes de morir deja una breve carta a Zelmira para que
se la entregue a Guati.
Éste, al recibirla, la besa tres veces
y la aproxima a su corazón. La carta dice: “Veo la muerte y no
me espanta, Guati mío. Perdóname por no dar gusto a tus deseos. En
la eternidad nos uniremos para siempre. Yo te amo y quiero que el
mundo lo sepa. Siento el hielo de la muerte y mi corazón arde… Alá
nos perdonará… y nos unirá para siempre… Guati… Guati…”. Después
de leer estas líneas Guati dirige sus últimas palabras a los amigos
que le rodean. -"Ya lo oís, Zalema me llama y debo obedecerla…
Mi Dios me absolverá; se lo pido… Tú me recibirás, Zalema mía. Adiós
amigos, llorad la muerte de Zalema"-.
Sus cuerpos son enterrados en Ola,
donde se halla el sepulcro de Guati y, secretamente, colocan en la
misma urna a los dos amantes con la siguiente inscripción: “Guati
y Zalema. La tiranía y la superstición los separó. La amistad y la
muerte los unió para siempre”.
Por la comarca corren mil versiones
sobre la desaparición del cuerpo de Zalema, pero las gentes
creen el relato de una mujer, que vio a un grupo de fantasmas
vestidos de blanco entrando en el mausoleo sin franquear las
puertas; cogieron el cadáver y lo subieron a un cabezo próximo.
Los fantasmas formaron un círculo a su alrededor, se acercaron
de uno en uno a besar su mano, haciendo una reverencia y arrodillados.
Después desaparecieron formando una humareda. A continuación
se produjo un terrible estruendo, como el sonido de un trueno
y Zalema quedó convertida en un enorme peñasco que se separó
del inmediato cabezo. Allí quedó para siempre el peñasco de
“La mora encantada”.
Este relato, trasmitido por tradición
oral, aparece con mayor amplitud en un manuscrito de 1840 firmado
por J.P.L. y dedicado a Teresa Andriani Rossigue de Cavero.
§§§§§§§§§§----------------
|