Personaje
popular
que se confunde con leyenda
Se trata de Fermín Arrudi
Urieta, natural de Sallent de Gállego (Huesca). Nacido el 5
de Julio de 1870, quien con sus 2,29 mts. de estatura recorrió
medio mundo exhibiendo su anatomía. Por su sortija pasaba una
perra gorda de las de entonces, el reloj pesaba más de 4 libras,
su pié media 40 cms. (calzaba el 58), sus manos 30 cm., el tórax
una circunferencia de 1,35 m. y su peso corporal era de 170
kg..
En el Otoño de 1885, con apenas 15
años, cayó enfermo, postrándose en cama presa
de fuertes dolores de articulaciones y de cabeza . Cuando levantó
del lecho, ya en el mes de Noviembre, había crecido diez centímetros
(tenía 1,90 mts de estatura). Tres años después, con 18 años,
medía 2,10 y pesaba 120 kilos. Fermín Arrudi sufría de acromegalia,
su fuerza era casi la de 10 hombres y ayudaba en las labores de casa
y el campo. Él solo podía sacar un carro del caude del
rio. Poco antes de cumplir los 19 años, medía 2,18 y pesaba casi 140
kilos. Cada vez que caía enfermo, crecía.
Un vecino del pueblo zaragozano
de Cariñena, que visitaba habitualmente Sallent, pensó
que sería rentable exhibir a Fermin y su descomunal fuerza
por esos mundos y lo presentó en las fiestas del Pilar
de 1891; con un éxito tal, que consiguió ir a
Madrid ante la Regente María Cristina y su hijo, Alfonso XIII
(todavía un niño). Luego se sucederían
Barcelona, París, Berlín y Viena. También estuvo presente
en la Exposición Universal de Berlín en 1896.
Hijo de labradores, tenía un hermano
de estatura normal y una hermana de 1,90 m. de altura. Fue objeto
de estudios en universidades y en Munich se aseguró que era el mayor
gigante y mejor proporcionado en musculatura y coordinación. Lanzaba
el barrón como si fuera de papel y el 24 de Mayo de 1905 mató un oso
en los montes de Sallent, luchando cuerpo a cuerpo, sirviéndose
únicamente de sus propias manos y de un cuchillo de monte.
La noticia fue recogida en el Almanaque Bailly-Baillier de la fecha.
Era un verdadero artista y muy intuitivo. Tocaba con destreza: guitarra,
violín, laud, pandereta, hierrecillos, requinto, bandurria, flauta
y armonium. Su voz estentórea y de timbre recio, retumbaba con las
`rondaderas' de la época, y la jota, siempre grande, en su garganta
se hacía gigantesca como el mismo Fermín. Su personalidad era
afable, de buen trato, enorme generosidad y gusto por los usos y costumbres
de la tradición aragonesa. Su vida se debatió entre la fama y el ajetreo
de sus viajes y actuaciones y su deseo de disfrutar de una vida tranquila
y apacible en su Sallent natal.
Pese a que amasó una respetable
fortuna mostrando su anatomía por medio mundo, Paris, Nueva
York, Viena, ... Fermín siempre rehuyó de esta servidumbre que
le obligaba a interpretar el personaje extraordinario que detestaba.
Cuentan que en aquellas interminables giras su rostro se teñía
de tristeza y pudor, acomplejado por las sonrisas, la soledad
y la enorme admiración que provocaban sus más de dos metros
de altura. Esa introversión se volvía en exultante vitalidad
cuando regresaba a Sallent, cuando volvía a su casa y se encontraba
con sus paisanos. De cada viaje traía regalos para todo el pueblo,
un extenso anecdotario cargado de extraordinarias vivencias
y, sobre todo, más ganas de no salir nunca del valle donde nació.
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En los montes del Valle de Tena
Fermín pasaba largas jornadas practicando la caza (osos, sarrios...),
por los campos de la familia. Su formidable anatomía era más
valiosa que cualquier máquina y en los ratos de ocio sacaba
su diminuto guitarrico y entonaba jotas que hablaban de amor
y de la tierra chica.
París fue el escenario idílico
donde conoció a Louis Carle Dupuis, una parisina arrogante,
esbelta y de buena educación, que sería poco después su esposa.
Con ella vivió sus años más felices, aquellos en los que la
prosperidad económica le permitió construir su propia casa en
Sallent, comprar un pequeño ganado y prolongar allí sus
estancias cada vez más. Turnaba giras. Cuba, Nueva York -el
mayor éxito de su vida-, y de nuevo el Pirineo.
La última parte de su vida estuvo
marcada por un viaje a Argentina y por la sombra de la sospecha
acerca de la fidelidad de su esposa. La Expo de Zaragoza de
1908 fue su última salida espectacular.
El 4 de Mayo de 1913, a punto de cumplir
43 años, murió el Gigante Aragones de Sallent, posiblemente el último
heredero conocido de una legendaria estirpe de atlantes aragoneses.
Arrudi sobresalió siempre, como
la torre de la iglesia de su pueblo. Trabajó en la estación
de Canfranc, pero vio pronto que su futuro estaba en la exhibición.
Con gran éxito, dejó ver su recrecido palmito en unos Pilares,
en el antiguo Arco de San Roque (actual Adriática), y también
recorrió ciudades de Alemania, Holanda, Bélgica, Austria, Francia,
Nueva York en los EE. UU., Sudamérica, el Caribe, Argelia...
Fermín recorrió medio mundo y regresó a morir
a su pueblo. Años después, en 1998, Sallent puso su nombre a
un paseo largo, paralelo al río. El callejero y un hermoso libro
conservan la buena memoria de Fermín.
Seis hombres portan a duras penas
su féretro por las estrechas calles que conducen a la iglesia.
Tenía casi 43 años y la huella que dejó en Sallent fue tan grande
como su cuerpo. El párroco del pueblo, Mosen Miguel, se olvidó
de la fría burocracia para escribir en el Libro de Difuntos
su partida de defunción: “... Fermín Arrudi Urieta, era conocido
con el nombre de 'Gigante Aragonés' por su extraordinaria estatura:
dos metros veintinueve centímetros,; por el anillo de su dedo
pasaba holgadamente una moneda de diez céntimos. Su calzado
medía cuarenta centímetros de largo por dieciocho de ancho;
levantaba pesos que cuatro hombres robustos no podían mover
...”
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